
Conocí a Carlos por casualidad, tal y como pasan las mejores cosas en la vida. A él le gustaba caminar descalzo por las calles de Barcelona, disfrutar de sentir los pies libres de ataduras y romper un poco con lo que es convencional.
Hace un año leyó una entrevista que me hicieron en el Periódico en la que hablaba precisamente de los beneficios de caminar descalzo, incluso por la calle y del encaje que tenemos en una sociedad que ve los pies como algo que siempre hay que tapar.
Contactó conmigo y quedamos en vernos, tomar un café, charlar e intercambiar experiencias. Sin duda, lo que más me sorprendió de él fue la energía que transmitía. Nunca nos habíamos visto pero conectamos enseguida.
Imaginé que su vitalidad estaría ligada a un buen número de horas de entrenamiento y ejercicio, pero no. Los médicos le habían diagnosticado artrosis degenerativa en las rodillas y dos hernias discales, de manera que le recomendaron que no se moviera demasiado. Era el peaje de tener 55 años.
Al decirlo, fue como si parte de ese vigor se detuviera a su alrededor y me dio la sensación de que había aceptado ya, una situación que le daba rabia tener que vivir.
Como yo corro descalzo y enseño a correr así, le sugerí que probase a correr conmigo. Por supuesto íbamos a tener cuidado, iríamos despacio y escuchando todo lo que su cuerpo quisiera decir o avisar. Pero quería que se volviera a sentir en sintonía con él.
Aunque correr descalzo pueda parecer una temeridad para la gran mayoría, no hay mejor manera de hacerlo. Igual que no hay mejor manera de tocar una guitarra o un piano que hacerlo sin guantes en las manos. Es bueno para los pies y para liberar trabajo a las rodillas y la espalda. Así que, cuanto más libres, mejor. Carlos partía con la ventaja de haberlos desarrollado bien fuera de los zapatos.
Llevaba sin correr unos 20 años, pero le apetecía probarlo de nuevo. Empezamos trotando 2 minutos y andando 3, delante del mar, tranquilamente. Nos pasaban todos esos runners ataviados hasta arriba de complementos y siempre se quedaba sorprendido de la velocidad de algunos. Nosotros íbamos haciendo, hablando y riendo.
Cada semana salíamos y hacíamos un poquito más. El día que consiguió hacer 20 minutos seguidos su sonrisa eclipsó al resto de la cara. Lo mismo pasó cuando hizo sus primeros 45’ y su primera hora.
Apenas ha tenido molestias, y las que han surgido, las hemos resuelto con algunos estiramientos y ejercicios complementarios. Ni las rodillas ni la espalda han protestado, parece que han sucumbido a la fortaleza de su dueño.
Han transcurrido 6 meses desde que empezó a correr y acaba de hacer su primera media maratón. Siente su cuerpo más vivo que nunca y, aunque no ha sido ningún objetivo planificado de antemano, en el horizonte está acabar la Maratón de Barcelona del 2017.
Es una prueba a la que hay que tenerle mucho respeto y se la tiene. También miedo, pero no es malo tenerlo. Más miedo le daba quedarse parado sin poder sentirse tan pleno como se siente ahora. Y la ilusión y felicidad que se han ido despertando en él son realmente cegadoras.
Por supuesto que lo conseguirá. No lo dice, pero lo sabe. Y yo me siento orgulloso de estar viviendo esta experiencia con él.
