
No, no era el día para mostrar las virtudes y los beneficios de correr descalzo. No era el día para ganar adeptos a la causa. Era el día para mostrar otro tipo de cosas. La capacidad de conectar entre nosotros, de apoyarnos y de mostrar cómo se pueden superar ciertas barreras físicas, psicológicas y sociales. En un terreno que resultaba incómodo incluso para ir con zapatillas, los seis corredores del Feetness Barefoot Team, nos demostramos que sí se podía. No sin sufrir, eso creo que queda claro, pero nos llegamos a emocionar como si hubiésemos ganado. Porque en cierto modo, así lo hicimos.
El pasado 31 de marzo, dos meses y medio después de ganar las 24 horas de ultra fondo por equipos, nos volvimos a reunir para disfrutar del premio por la victoria. Se trataba de la Maratón por relevos que este año se organizaba en Cornellà. Nuestro corredor local Antonio Fontiveros, había estado revisando el terreno previamente a la disputa de la prueba y los comentarios e impresiones del mismo, nunca habían sido positivos. En un circuito de 3,5 kilómetros, y al que cada uno tenía que dar dos vueltas, apenas había 500 metros de asfalto. El resto, gravilla y tierra con piedras de vías de tren. Auténtico caviar.
El regalo por la victoria era un castigo. Iba a ser el circuito más duro por el que habían corrido jamás, gente tan experimentada en terrenos montañosos como Paco Ruíz, que venía de hacer los 20 kilómetros de la Entrecastells, o el propio Antonio. Paco iba a ser el sustituto de Jesús Ángel, que llevaba un tiempo con molestias y no pudo sumarse a lo que estaba por venir.
Era una distancia corta y poco motivante per se, pero el hecho de reunirnos de nuevo bien lo valía. Ignasi estaba convencido de hacerla descalzo aunque desconociese el circuito. Alberto ya lo había probado y estaba indeciso. Incluso durante el reconocimiento de la mañana con fivefingers, había expresado su temor al suelo. Yo iba con dudas, seguramente con miedos. No tenía ganas de sufrir, para qué negarlo. Llevo 9 años corriendo descalzo y sigo notando cierto malestar al pisar según qué terrenos y, por lo visto, este era el peor. Tenía la pinta de que iba a ser el único que quería correr con huaraches y todos lo habían aceptado sin poner ninguna pega. Pero en el fondo todo iba más allá.
Cierto es que teníamos el temor de no poder entrar dentro del tiempo de corte y quedar descalificados. Había que entrar en menos de 4h 30’ y pensábamos que los ritmos a los que podíamos ir no nos daban. Correr un relevo con huaraches nos lo permitía y a eso me aferré un poco durante las semanas previas.
Pero luego estás allí con el ambiente de la carrera, te abrazas con los amigos, haces bromas, te van metiendo pullitas, te animan y te ríes de cómo está sufriendo alguno de los compañeros y te empiezas a animar. Gente que corría la maratón y que conocía, se acercaba a decirnos que descalzos era imposible, que incluso las piedras se clavaban en sus zapatillas. Es entonces cuando empiezas a luchar con tu cabeza. ¿Quién puede más?
Antonio fue el primer relevista, como siempre transmitiendo tranquilidad y seguridad a pesar de estar sobre un manto de piedras. Paco fue el segundo, y antes de acabar la primera vuelta, donde teníamos que hacer unos 200 metros de la peor gravilla del mundo, soltó un: “vais a flipar". Nos hizo reír, más que atemorizados. Justo ese tramo, el peor, nos servía para animarnos, vernos hacer el Chiquito, dejar a todos con la boca abierta y hacernos unas fotos de técnica de carrera la mar de interesantes. Íbamos mucho mejor de tiempo de lo esperado. Después salió Alberto. A pesar de las dudas, todos teníamos claro que iba a correr descalzo. Lo he visto tantas veces tirar de su cabeza, que esto no era más que un juego para él.
El siguiente era yo. Iba a empezar descalzo pero con las huaraches en la espalda. Me quería dar la oportunidad de romper barreras psicológicas. De eso habíamos estado hablando con Esteve antes de la carrera. De salir de la zona de confort, de aceptar el terreno y adaptarte. No era una cuestión de correr, no era una cuestión de técnica, era una cuestión física y mental. Seguíamos muy bien de tiempo, así que podía tardar bastante, que todavía estábamos dentro del tiempo de corte. Salí a tener una conversación entre mi cuerpo y mi cabeza. Los primeros 600 o 700 metros de gravilla pura los afronté con un ánimo que fue disminuyendo a medida que daba el siguiente paso. Paré un momento y al ver que al girar había un tramo de pista de cemento, me volví a animar. El terreno mejoraba, no era bueno, pero no era el peor y me permitió trotar medianamente. Después volvía a empeorar hasta llegar al arco de meta. Era momento de encontrar un ritmo básico que poder mantener y así lo hice. El paso por la contrameta generaba dos emociones contrapuestas, el escuchar a tu equipo animar y gritar y el sentir como se clavaban cada una de las miles de piedras en los pies.
A pesar de ir más despacio en la segunda vuelta, me sentí mucho mejor que en la primera. La satisfacción de estar venciendo las resistencias mentales y sentir el ánimo de los compañeros fue determinante. Soy entrenador, no atleta y yo mismo tengo bloqueos que, aunque sepa qué llaves hay que utilizar, me resisto a usar conmigo. En casa del herrero... Y aquí la fuerza del equipo ha sido clave para poder lograr el objetivo.
Ignasi me dio el relevo y corrió por las piedras como si lo hubiese hecho millones de veces. Sólo le motivaba correr la carrera así y, aunque yo también tenía dudas del rendimiento y del grado de sufrimiento que iba a ser capaz de aguantar, demostró que el control mental que ha desarrollado con el ultrafondo, le volvía a llevar muy lejos.
Finalmente Esteve cerraba la carrera. Lo hacía a un ritmo que para muchos con zapatillas es difícil de seguir. Lo hacía con una alegría que para muchos es difícil de sentir. Lo hacía con una tranquilidad que para muchos es difícil de transmitir. Siguió siendo fiel a sí mismo, así de simple.
El equipo de las zapatillas transparentes acabó la maratón en 4h 2’51”. Ni quedamos fuera de control, ni fuimos los últimos. Fuimos los primeros.
Los primeros en pensar que el regalo de haber ganado las 24h era más un castigo que otra cosa. Los primeros en pensar que hacer una carrera con un recorrido inhumano para los pies descalzos, podía ser factible para más de uno del equipo. Los primeros en generar un ambiente mágico que convenció a los más miedosos y escépticos. Los primeros en correrla descalzos. Y los primeros en demostrar que sí se podía.
No creo que esta historia tenga que servir de ejemplo para todo el mundo. Al final, casi todos los que participamos llevamos mucho tiempo en el descalcismo y conocemos muy bien lo que podemos hacer con nuestro cuerpo. Con su parte física, mental y emocional. Alguno de nosotros tira más de una que de otra, pero cada uno sabe bien cuál es su mejor recurso. Puede que el equilibrio, el control o el conocimiento. Deberíamos ser conscientes de esto, porque lo contrario nos lleva al conflicto entre el querer y el poder. Y muchos pecamos o hemos pecado de hacer más de lo que podían nuestros pies descalzos. Porque a pesar de estar diseñados para ello, no siempre están preparados y eso siempre genera el riesgo de lesionarse...aunque el querer, siempre te acerca más al éxito. Y nosotros quisimos y finalmente pudimos. Aunque fuese una locura, aunque pareciese una tortura.

Gracias equipo, gracias FAMILIA!!
Aquí tenéis el video que ha montado Esteve de la carrera