
Supongo que el día tenía que llegar. Después de intentarlo en varias ocasiones, y ver que era más una calamidad que una buena idea, el día tenía que llegar. Ese en el que crees que dentro de 4 meses, tus ganas se mantendrán intactas y tu cuerpo estará preparado para llegar donde nunca antes había llegado. Después de haber acabado mi primera media maratón descalzo en Tarragona, creo que estoy preparado.
La espera se ha hecho larga, como largos se harán los 42 kilómetros de asfalto bajo mis pies, mis pies descalzos. Así que ahora mis ojos e ilusiones se han levantado del suelo y miran hacia adelante. En el horizonte, la Maratón de Barcelona.
Supongo que el día tenía que llegar, porque lo deseo desde hace muchísimos años. Porque la semilla está dentro desde que viese cruzar la meta, entre las torres venecianas, a mi padre. Mientras lo animábamos sin saber muy bien si merecía la pena semejante esfuerzo o sufrimiento. Él, que había empezado a correr sus 2 primeros minutos conmigo. Él que siempre ha marcado el camino.
Pero si tenía que ser, tenía que ser diferente. La única forma de que se convirtiera en realidad, era encontrar la manera de hacerlo sin que mis rodillas estuvieran recordándome siempre, su paso por el quirófano.
Esa forma apareció. De no haber sido así, nunca hubiese podido correr lo que corro hoy en día. De no haber sido así, simplemente nunca más hubiera corrido.
Y lo que un día empezó por un: "voy a quitarme las fivefingers para hacer los últimos 500m de entreno", espero se convierta en marzo en un: "¡¡He corrido la Maratón descalzo!!". La mitad ya está hecha, lo que queda por venir, me apasiona.
E igual que me sirvió como ejemplo de superación, tenacidad y disciplina lo que vi en mi padre, espero pueda servirle también a él. A quien quiere darme la mano para cruzar juntos la línea de meta. Descalzo, por supuesto.